Festival: Palpitaciones esperando que llegase la bobina al Astoria
El año pasado ya repasamos en ‘Aquellos cines donostiarras’ las salas cinematográficas que el Festival de Cine de San Sebastián ha utilizado a lo largo de su historia, que en más o menos medida son la mayoría de los cines que ha tenido la ciudad. Esta vez, en las horas previas al inicio de la edición número 64, intentamos acercarnos a cómo se ha vivido el Festival desde las cabinas de proyección, a través de algunos recuerdos de Juan Luque Pozo, veterano operador cinematográfico y actual jefe de sala de los Príncipe.
“Para nosotros, el Festival es un examen, una prueba anual intensa en la que tienes que demostrar la calidad de tu trabajo ante un tribunal que no sólo forman los espectadores sino también los directores, los productores, los técnicos…”, nos dice Juan, que ha estado tras los proyectores en todas las ediciones desde 1974 hasta la actual. Con sus recuerdos saltamos a varios momentos de la historia del Zinemaldia…
– 1974, edición número 22, Concha de Oro: ‘Badlands (Malas tierras)’, de Terrence Malick.
“Apenas llevaba dos años trabajando en la Sade, haciendo de todo pero ocupándome ya de las proyecciones en el Trueba, cuando el jefe de cabina del Miramar, el señor Otaño, llamó al ‘chaval del Trueba’ para ayudarle como montador durante el Festival. Entonces los rollos de películas te llegaban en sacas y tenías que montarlos. En aquel Festival de 1974, en el Miramar estábamos todo el día trabajando. Empezábamos con una proyección de la retrospectiva de Nicholas Ray, luego dos sesiones de ‘Nuevos realizadores’, la sección informativa –aquel fue el año de ‘La conversación’, de Coppola- y finalmente dos pases de la Sección Oficial, de las películas que el día anterior se habían ofrecido en el Victoria Eugenia y el Astoria. Estas ya venían montadas y sólo había que revisarlas”.
– 1984, edición número 32, Gran Premio extraoficial: ‘Rumble Fish’, de Coppola.
“Con la apertura del Petit Casino, Leopoldo Arsuaga me pasó del Miramar al Astoria. Eran menos horas de trabajo…. pero con un estrés increíble. En el Astoria se proyectaban las películas inmediatamente a continuación de su pase en el Victoria Eugenia. Nos llegaban en bobinas de 40 minutos. Para una película de dos horas, tres bobinas y dos cambios de rollo. La tensión era altísima para nosotros, pero sobre todo para los chicos que traían cada bobina a la carrera en moto o en bici, para sortear mejor el tráfico. Los últimos diez minutos de cada rollo, tenía palpitaciones. Con mil y pico personas viendo la película en el Astoria, como hubiera habido un retraso en el Victoria Eugenia o algún problema de tráfico tendríamos que interrumpir la proyección. En realidad, esto sólo me pasó en dos ocasiones, pero muchas veces que el chico llegase en el último momento y aún tenía que subir los dos pisos hasta la cabina. Yo no hacía ni caso a lo que me decía mientras cogía la bobina y ponía la película en marcha en un minuto. Entonces respirabas… hasta el siguiente cambio”.
– 1989, edición número 37, Concha de Oro ex-aequo para ‘Homer and Eddie’, de Konchalovski, y ‘La nación clandestina’, de Sanjinés.
“El Astoria se había reabierto en junio como multicine de siete salas, preparado para funcionar automáticamente con dos operadores. Nadie pensó que no es lo mismo dar siete programas ya adaptados que muchas películas diferentes que había que montar. Cuando por fin me mandaron el programa del Festival y vi que teníamos que dar 85 películas diferentes en diez días hice sonar todas las alarmas. Tuvimos que instalar rápidamente tres rebobinadoras más, una en el vestíbulo del bar del primer piso, coger más personal… Salimos adelante pero aquel año fue terrible. No podías dedicar el tiempo preciso a reparar las copias que estaban en mal estado. Al acabar hice un informe en el que propuse que el Festival crease un centro de montaje de películas, que empezó al año siguiente y la cosa empezó a mejorar. El Festival se ha ido profesionalizando en todo”.
El Autor
El periodista donostiarra Mikel G. Gurpegui ha trabajado en ámbitos muy diversos, aunque quizás sea más conocido por dos de sus colaboraciones habituales en las páginas de ‘El Diario Vasco’, las críticas de cine y la sección ‘La calle de la Memoria’, en la que se acerca al pasado de la ciudad a través de la hemeroteca. Por primera vez, une ambas facetas, la cinéfila y la retrospectiva, en este blog, un proyecto de investigación, documentación y difusión apoyado por el Grupo Sade, protagonista y heredero de la historia de la exhibición cinematográfica en San Sebastián.