“A ver, chaval, enséñame tu entrada”: La primera vez que fui solo al cine

“En 1953 o 1954, no puedo precisar el año, tuve mi primera experiencia cinematográfica. El lugar donde se me abrieron las carnes ante el séptimo arte fue, precisamente, en la sala que se convertiría posteriormente en mi segundo hogar: el Trueba.

El primer día de cine ‘en solitario’ no se olvida, cómo tampoco la primera vez que te bañas en la playa donde cubre, vistes de pantalón largo y sales a ver los fuegos artificiales sin tutela adulta. Aquella tarde también quedó imborrable en mis recuerdos. Había sesión infantil. Las entradas eran sin numerar y costaban 5 pesetas butaca, 3,50 anfiteatro y 2,10 galería. Proyectaban un cortometraje de animación titulado ‘La tortuga perezosa’ y seguidamente el largometraje ‘Androcles y el león’, una de romanos protagonizada por Victor Mature.

Pensaba que todas las sesiones serían con las localidades sin numerar, como la mía, y por ello decidí quedarme a ver el siguiente pase. Cuando terminó la película me quedé sentado en mi asiento del anfiteatro. El local se vació, los acomodadores fumigaron la sala con el matamoscas ‘Flit’, plegaron de nuevo las sillas y butacas, abrieron las puertas y comenzaron a entrar los espectadores de la siguiente sesión.

No me vio nadie, pero apenas había comenzado de nuevo la proyección, un haz de luz iluminó mi cara. «A ver, chaval, enséñame tu entrada», me apuntó el acomodador con su linterna. Con todo el candor de mis ocho años, le enseñé el trozo de papel arrugado y pringado de caramelo de fresa que inexplicablemente había conservado en mi bolsillo. Dos minutos después, tras haber comprobado que me había colado, estaba ante el portero del cine, que no cesaba de lanzarme toda clase de amenazas apocalípticas, sobre lo que iba a ser de mí vida de seguir por ‘la senda del mal’. Al final me echó a a calle, no sin antes advertirme, supongo que para asustarme, que a la siguiente llamarían a la policía.

Así comenzó mi carrera de cinéfilo, expulsado del cine la primera vez que fui a él. A la semana siguiente, volví, esta vez sin colarme, como todas las veces que vinieron después y así hasta que me hice mayor. De eso ya hace muchos años”.

(‘Zizahori’).

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