Idoia Láinez: Descubriendo el cine en San Bartolomé

Idoia Láinez trabaja en Propaga, pero todos la conocemos como entusiasta experta en cine clásico (y fan número 1 de Barbra Streisand). Colabora en los ciclos retrospectivos del Festival de Cine donostiarra, es miembro del jurado Flipesci y se deja ver por las redes sociales bajo el adecuado sobrenombre de Retroclásica. Idoia es una enamorada del cine desde aquellas proyecciones en el salón de actos del ahora derribado colegio de la Compañía de María en el cerro de San Bartolomé, uno de sus recuerdos cinematográficos personales, que desgrana en este texto a invitación de Aquellos Cines Donostiarras.

“Los primeros recuerdos en una butaca de cine de cualquier niña nacida en la segunda mitad de los sesenta no pueden ser otros: ‘Mary Poppins’ y ‘La bruja novata’. En las dos había dos protagonistas femeninas y mágicas que consiguieron impactarme; una sacando de su bolso de capacidad infinita lámparas y tazas con el té preparado; y la otra hacía volar una cama. Lo que no puedo recordar es en qué sala las vi. Poco después, ‘Los Aristogatos’ se convirtió en mi Disney favorito. Hace unos cuantos lustros pude volver a verla creo que en el cine Amaya. Me sigue pareciendo maravillosa.

En Vedruna, el colegio al que acudí en mi infancia, no había salón de actos. Pero tampoco había fiesta escolar sin cine. Nos llevaban al ¿Novelty? Sí, tengo el ligero recuerdo de que fue allí donde vi dos películas de la época: ‘Los chicos del tren’ y ‘Melody’, ésta protagonizada por la estrella infantil Mark Lester que se había hecho famoso por protagonizar ‘Oliver’. También tengo el borroso recuerdo de asistir con mi familia a algún festival de navidad en el Bellas Artes, ver allí la enésima reposición de ‘Blancanieves’ y salir con pánico a dar un mordisco a una manzana roja.

Creo que alguna vez fui al cine en el Corazón de María y en el colegio que había en el actual edificio de Nazaret, en Aldaconea. Al cambiarme a la Compañía de María (el Bartolo, para los amigos), me encontré con que en su salón de actos se proyectaba cine los domingos. Había de todo, Bud Spencer y Terence Hill (aquella película del extraterrestre que vimos con los rollos desordenados), el gran Louis de Funes con su saga del gendarme y ‘Las aventuras de Rabbi Jacob’, y todo el cole desternillándose al ver caer al Rabbi en un caldero de chicle verde. Y entre aquellas experiencias de cine escolar, mi primer impacto con una historia tremenda de temas serios, adultos y trágicos, ‘Yo, Cristina F.’; nunca quise volver a verla. Y, por supuesto, el inicio de mi adoración por Stanley Donen, ya que ‘Siete novias para siete hermanos’ visitaba ese salón de actos con cierta frecuencia.

Hace pocos años, antes de desaparecer el colegio, durante dos o tres cursos y por iniciativa de un puñado de profesoras de bachillerato, organizamos en ese viejo y destartalado patio de butacas una actividad en la que mostrábamos a los alumnos y alumnas películas míticas. La gran triunfadora entre el alumnado: ‘Psicosis’. Hitchcock nunca falla a la hora de reclutar nuevos espectadores.

Una víspera de Reyes de finales de los setenta fui con mi madre y hermanas a ver la película infantil de moda: ‘Tobi’, de Antonio Mercero. Cuando entramos al cine hacía sol. Tobi, un niño rubito y encantador que había hecho un gran papel en ‘La guerra de papá’ (también dirigida por Mercero), dice en un momento algo así como “me parece que va a llover”; a la salida del Rex caía “la del pulpo”, la ciudad estaba colapsada por la cabalgata, no había manera de pillar un taxi y nosotras acabamos empapadas.

Tengo la imagen del incendio del Savoy, en la calle San Francisco, pasábamos por ahí y vimos a los bomberos entrando en el cine del que salía un humo muy espeso. Y durante una temporada siempre que iba al cine miraba hacia la ventanilla de donde salía la luz del proyector y cruzaba los dedos para que no se quemara la película ni el cine, por supuesto.

Pasados los quince años tengo conciencia de ir al cine comercial sola, sobre todo al Astoria. En aquella etapa recuerdo ver ‘La Rosa’, donde quedé impresionada por Bette Midler; la saga de ‘La guerra de las galaxias’, llorar muchísimo con el final de ‘E.T.’ y engancharme a la música de Georges Delerue viendo la última obra de George Cukor, ‘Ricas y famosas’. Mi memoria se empeña en situarlas en el Astoria, pero no me fío.

Me vienen flashes de grandes placeres de los viejos cines: la reposición de ‘Yentl’ en el Victoria Eugenia cuando todavía tenía programación como cine comercial. Ver ‘Maurice’ en el Petit Casino; también me acuerdo de una niña que en la sesión de ‘Cuenta Conmigo’ en el Petit se me agarró al brazo desde el comienzo de la película pensando que le iba a dar miedo. O mi primera sesión ante la gran pantalla de la sala 3 del Astoria, ‘Arde Mississipi’. Ay, cuánto se echa de menos la cabecera del THX, ¿verdad?

Y, por último, uno de los mejores recuerdos que tengo de una película deslumbrante en el Príncipe pocos años antes de convertirse en un multicine: ‘Las amistades peligrosas’, de Stephen Frears.

Los cines de ahora tienen capacidad de generar nostalgia sobre todo por la oportunidad que nos dan para contemplar cine clásico en la pantalla grande y en versión original. Los donostiarras somos unos privilegiados”.

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(Fotografía del colegio de la Compañía de María, de Zarateman, Wikimedia Commons).



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